
El pasado 12 de septiembre fue uno de esos días en los que ocurren acontecimientos marcados por la condición de "primera vez". Fue un día especial porque aconteció la primera vez como alumnos/as universitarios/as y con ello se acumularon varias "primeras veces": alumnado de la Facultad de Educación, de 1º del Grado de Primaria, del aula A1.3.08, de una mesa y una silla en particular. A las 9 de la mañana tuvieron la experiencia de primera vez en una asignatura cuyo nombre ni si quiera el profesor recordaba, y partir de ahí se sucedieron las primeras veces de las siguientes asignaturas. Pero sobre todas esas primeras veces me gustaría que subrayasen una que a mi juicio tiene un valor particular. Fue su primera vez como APRENDICES DE MAESTROS Y MAESTRAS, una condición especial porque les sitúa ante el hito vital de iniciar un proceso formativo marcado por la misión casi sagrada de ayudar a aprender a otras personas, de facilitar ese maravilloso milagro que entiendo es el aprendizaje. Como les dije, ustedes no son cualquier universitario/a, son los que han elegido (recuerden que ustedes han decidido estar donde están) convertirse en maestros/as de educación primaria, y con ello han establecido un pacto para hacer progresar nuestra humanidad.
Por tanto, se trata de una primera vez muy especial, dentro de un conjunto de primeras veces también muy especiales. Por eso les solicité como ejercicio vivencial que hicieran algo ese día que ayudase a grabar en su memoria emocional este acontecimiento tan relevante. Cada uno/a de ustedes, a través de los comentarios a esta entrada, pueden poner en común qué han hecho para subrayar vitalmente esta PRIMERA VEZ.
Como regalo que les ayude a inspirarse les ofrezco este precioso cuento que les incita a reflexionar sobre cuál es el "único y verdadero tiempo vivido"
“EL BUSCADOR” (JORGE BUCAY)
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador...
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir, Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.
Una por una, empezó a leer las lápidas.
Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años...
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó.
Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, por ningún familiar —dijo el buscador—. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
- Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...:
“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado.
A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella.
¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?
¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media...?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso...
¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo...?
¿Y la boda de los amigos?
¿Y el viaje más deseado
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?
¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... Cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta
y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es para nosotros el único y verdadero TIEMPO VIVIDO".