
Estimados/as alumnos/as: Hoy hemos tratado en clase el concepto de aprendizaje; aspecto este central de la asignatura y de la tarea docente. Les insistí que los que trabajamos en la educación perdemos de vista a veces que lo nuclear de nuestra función es precisamente lo más evidente: si un niño/a viene a la escuela a aprender, la misión de un maestro/a es ayudar a un alumno/a a APRENDER. Es decir, de nada sirve que enseñemos si el alumnado no aprende. Parece obvio pero, como nos indica El Principito, "lo esencial pasa desapercibido a los ojos", y así obsesionados con el curriculum, el libro texto, y toda las distracciones administrativo-burocráticas y demás liturgias escolares, nos olvidamos que la escuela y lo que hacemos los docentes en ella, sólo tienen sentido si ese maravilloso milagro que supone el aprendizaje humano ocurre, no sólo como incidente o accidente, sino como intención y procreación. Porque cuando un/a niño/ aprende se da vida, y, por tanto, se desarrolla y crece como persona. Por eso siempre he pensado que un/a buen/a maestro/a es como un/a buen cocinero/a que con sus platos alimenta, y no sólo "echa de comer".
De ahí que hayamos trabajado una serie de principios, a modo de mandamientos, que lo que pretenden es tener una referencia de cómo ayudar a que los aprendizajes que provoquemos sean más humanos y por tanto, humanicen.
Pero para entender cuándo un aprendizaje humaniza lo mejor es ir a nuestra propia biografía, así que les propongo que de entre todas sus experiencias vitales seleccionen aquella que consideren sea el aprendizaje más importante de su vida. Si estiman que la seleccionada es muy personal, busquen otra que siendo significativa pueda ser compartida públicamente. Si las analizan se darán cuenta qué es lo que las hacen importantes, y por tanto, más humanas. ¿Cuál es la materia prima de la que están hechos estos aprendizajes para que tengan esta relevancia vital? Investiguen, comparen y si lo encuentran, disfruten con este aprendizaje. Les animo a ello. Un saludo de su profe.